viernes, 27 de agosto de 2010

CARTA LISISTRATA - MAESTRA Y MADRE - SOBRE LOS HIJOS



CARTA DE LISÍSTRATA - MAESTRA Y MADRE- SOBRE LOS HIJOS.
Hace un par de meses, hablando por email en forma coloquial con Lisístrata (que es maestra y madre desde hace al menos 25 años) sobre el futuro tema principal de este número del Espolón (educación y juventud), me hace llegar algunos retazos de su pensamiento al respecto; y como ya he mencionado anteriormente, de forma distendida e informal, sin pensar ella en ningún momento que yo pudiera incluir dichas palabras en el presente número de esta “revista”. Las incluyo, con su permiso, por la naturalidad y gracia con que, tan acertadamente, expresa conceptos tan sumamente importantes sobre la educación de los hijos y alumnos. Su doble condición, de maestra y madre, la hacen fuente importante de sabiduría –y experiencia- por partida doble. Mis felicitaciones y gratitud, desde aquí, a Lisis; extensivas asimismo, a todas las madres y padres, maestros y maestras, que hacen todo lo humanamente posible para que los ciudadanos no tengamos que sufrir las consecuencias de la mala educación de los jóvenes: insufribles futuros hombres y mujeres del mañana.


Introducción por: Antonio Aguilera García




“Como bien dices nuestra sociedad se fue descabalgando del natural y, a la vez, instintos primarios, conforme íbamos avanzando en la historia;, a veces para bien y en ocasiones para mal, pero eso es tema largo y tendido qua ahora no ha lugar (cuando puedas te lees la saga del CLAN DEL OSO CAVERNARIO)
Ahora no tengo material acreditado por estudiosos a mano sobre la adolescencia y la relación entre padres e hijos en esa etapa, pero desde mi experiencia, no sólo como madre, sino como maestra que enseña en el primer ciclo de la ESO que es donde se concentran todos estos seres en edad de villanía, egoísmo y con aspecto de hormonas con patas puedo expresar algunas conclusiones a tal asunto:
1º Que los padres y madres hemos de hacernos a la idea de que es una enfermedad que se pasa a dos bandas, padres a un lado (al mismo lado, si no sería a tres bandas y eso supondría un descontrol) e hijos al otro.
2º Que se ha de preparar uno a recibir envites de toda clase y a suavizarlos y remediarlos de la mejor manera posible, pero nunca dejarlos como si nada sucediese.
3º Que seremos las peores personas del mundo en un tiempo, sólo por contrariar y contradecir los intereses de nuestros tiranos y rebeldes hijos, pero que si lo hacemos sin miedo, esto es, marcando (o meando territorio ), según instintos más primarios, ellos entenderán cual es su escalafón de vínculo en la manada donde viven. Jamás pueden ver amedrentamiento y temor alguno en los padres, si no ellos mearán enciman y marcarán su territorio donde no deben: estaremos perdidos.
4º Que todo lo anterior necesita mucho sacrificio y tener que dejar de hacer las cosas que a los padres nos gusta, pero que los hijos son lo primero aunque nos pongan al borde del infarto. Yo no he podido dedicarme a cosas que me gustan hasta que no han sido mayores y maduros. Cuando no querían venir de vacaciones, una de dos, o los obligaba a venir (hay que sopesar, pues con un mal rollo fuera de casa se pasa mucho peor, o simplemente no iba)” 5º Salón común controlado en tiempo y temas por papá y mamá. Internet se anula cuando se quedan por algún motivo solos en casa (se busca la manera, yo me llevaba hace 10 años el modem en el bolso).
6º Lo que uno de los padres diga en primer lugar en torno a castigos y permisos es irrevocable por parte del otro (de ahí que se deba estar en el mismo lado). A mí me tocó lidiar, pues pasaba la mayor parte del día con ellos, pero cuando su padre llegaba ya estaban los problemas solucionado; jamás les decía "verás cuando venga tu padre", me hubiera restado credibilidad y hubiera sido a sus ojos presa débil. Su padre era informado a la llegada de las novedades del día, pero castigos y decisiones eran ya dispuestos de manera implacable e irrevocable: el pescado vendido, vamos! ni que decir tiene que la bruja de la casa era yo , ejejej, pero no me importó. Ahora me alegro muchísimo.
7º Como son menores, pienso personalmente que los padres tienen derecho a investigar todo lo que hagan, incluso correspondencia y cajones, debajo del colchón de su territorio (habitación). Luego hay que ser sutil y no dar importancia a anotaciones de flirteos y demás. Si hubiere algún indicio de que tiene relaciones sexuales, sólo advertir, sin aludir al descubrimiento que es necesario prevenir embarazos y enfermedades con el reglamentario "antifaz" y con un poco de madurez, además subrayar que este tipo de relaciones no deben de comprometerles con nadie (ni deben usarlas para comprometer a nadie).
Si se descubre cualquier cosa que pueda hacernos sospechar que entrañe peligro, siempre con discreción y no hablar nunca del tema a no ser que ellos lo saquen y uno le siga la conversación como si no se supiera nada, la elegancia es la elegancia.
8º Inculcar el sentido de la responsabilidad en casa, donde trabajamos todos es imprescindible, si cumple obligaciones habrá paga o extras si no, no hay nada. No es negociable que adquieran, que deseen, sin que se cumpla la parte del contrato en obligaciones que les pertenece y ahí, los padres hemos de ser inflexibles, nada de lástima ni dejarse chantajear emocionalmente por estos enanos que se crecen y empiezan a pedir como si estuvieran dando y acaban creyéndose que han nacido para merecer.
9º Estar siempre cuando nos necesiten, llorar y reír con ellos desde que son pequeños dedicándoles todo nuestro tiempo sin hacerles sentir que nos cortapisan, aunque lo hagan (nos aguantamos).
10º Y, sobretodo, mucho Amor. Es lo que transmito a las madres y padres de mis alumnos-as cuando vienen desesperados a hablar conmigo.

viernes, 6 de agosto de 2010

CARTA A MI HIJO

CARTA A MI HIJO




… Hijo, no sé cómo empezar. Me falta experiencia. Tu madre ha sido quien se ha ocupado siempre de estas cosas. Ya sabes, las mujeres, sobre todo las madres, tienen para esto más tacto. Yo solía decirle que bastante tenía con bregar en el trabajo como para andar preocupándome por las pataletas de cualquier maestrilla melindrosa. Pero a mí esto de ahora me está superando y tengo cosas tan complejas que contarte que no encuentro la manera de hacerlo sin que cambie demasiado la opinión que puedas haberte forjado sobre mí….

Cuando regresamos del Centro en el que vas a vivir hasta tu mayoría d edad, me caí con todo el equipo, como suele decirse, y me encontré de repente en el extremo opuesto de lo que soy o de lo que creo ser: aislado del mundo, paralizado, incapaz de articular palabra, de atender las llamadas de teléfono, de sentarme a la mesa para comer, incluso de darme una ducha y afeitarme. Tu madre está rota, pero se afana para sacarme del estado tan lamentable en que me hallo. Esta mañana se acercó a mí; había tanto dolor en su rostro que sentí miedo. “No te me hundas, tú siempre has sido el más fuerte”- me dijo apoyando su cabeza sobre mi pecho, buscando no sé si consuelo o protección- Así permanecimos más de una hora. En ese espacio de tiempo logré vislumbrar la salida del oscuro túnel en el que nos hallamos los tres. Es como si la fragilidad de tu madre me hubiese brindado de pronto la fortaleza necesaria para afrontar las circunstancias y sobre todo para escapar de ellas.

A simple vista, aquí hay un único culpable, que eres tú por el delito que has cometido, pero he llegado a la conclusión de que el origen de tu comportamiento está en mi actitud equivocada a la hora de educarte. Hemos tenido que cometer errores muy grandes para llegar a esto, hijo. Y dicen que los errores, tarde o temprano, se pagan. Es necesario hacer borrón y cuenta nueva y empezar a conducirnos de manera diferente si queremos aspirar a otra vida. Tal vez sea tarde, pero hemos de intentarlo. Por eso es imprescindible que hablemos a corazón abierto tú y yo. Me toca a mí mover ficha…

Mira, yo siempre he creído que, aparte de los lazos naturales entre padre e hijo, nosotros somos dos colegas unidos por ese vínculo tan especial que se crea cuando compartes afición por el fútbol, por la caza, por la competición o las apuestas. Aparte de eso, siempre he tenido a orgullo el haberlo dado todo por ti, el haber sido capaz de conseguir mensualmente el dinero para que no te faltara de nada, el afrontar con decisión hipotecarnos de por vida para que puedas crecer en una vivienda con todas las comodidades. Desde que naciste me he esforzado en alejarte de cualquier tipo de penurias; con las que yo he pasado hay bastante. Pero, por raro que parezca, lo que ha pasado contigo me ha llevado a preguntarme si he sido y soy un buen padre… creo que no…

Para ser padre o madre se requiere un aprendizaje, como para todo en la vida. Desde que somos pequeños hasta que nos adentramos en la edad adulta vemos cómo a nuestra alrededor todos se esfuerzan por enseñarnos datos y materias, bastantes de las cuales no nos sirven luego para nada. Pero a mí no me enseñaron nunca algo tan útil en la vida como educar a un hijo. Esa carencia ha acarreado consecuencias dolorosas para mí, para tu madre y, sobre todo, para ti. Ojalá me equivoque, pero creo que si algún día tienes hijos, ellos también serán víctimas del deplorable legado que vamos transmitiendo de generación en generación.

El primer día que inicié mis estudios de primaria, con sólo seis años, ya sufrí los golpes del maestro. Yo estaba acostumbrado al trato amable de mis padres y a la condescendencia de mi maestra del parvulario. Aquellas primeras bofetadas me hicieron más daño moral que físico. Volvió a repetirse en días sucesivos, así que comencé a mirar al maestro como el ogro de los cuentos que leían mis hermanos mayores y la escuela era un lugar donde acudíamos más a sufrir que a aprender. Los castigos severos y los palos, propinados con una crueldad que aún hoy me pone la carne de gallina, provocaban en todos los alumnos un pánico incontrolable. Fuimos creciendo en una atmósfera de miedo y angustia y a medida que cumplíamos años, se iban endureciendo los métodos. Las tortas y tirones de orejas, dejaron paso a la temible palmeta, a la ridiculización, a las palabras hirientes, a los puñetazos, a los golpes contra la pizarra e incluso a las patadas. El miedo se convertía a menudo en pavor. Las lágrimas que derramábamos a diario dejaban pequeños regueros en el polvo de tiza que caía de la pizarra. Yo me convertí en un niño inseguro y asustadizo, siempre tenía miedo. Recuerdo que en casa solían preguntarme: ¿Y a ti qué te pasa? –Nada- respondía yo- haciendo algo improvisadamente para desviar la atención. Los domingos por la tarde un velo de tristeza se cernía sobre mí como la sombra de un nubarrón. Me abandonaba la natural predisposición infantil hacia el juego y, aislado, me sentaba a rumiar mis temores, sin capacidad ninguna para compartir la diversión general ni apurar las horas que quedaban. La mirada iracunda y la papada temblorosa de mi maestro cuando asestaba con fuerza descomunal sus palmetazos en mis manos componían un horizonte siniestro y aterrador. El jolgorio de la plaza acentuaba más si cabe mi soledad ante el peligro, creía ser el más débil y me sentía desgraciado a tan temprana edad. Este suplicio duró ocho años.

Un día, después de una buena zurra regresé a mi pupitre y con la cara escondida lloré amargamente. Pero el temor se acabó ahí; con trece años tenía edad suficiente para tantear otras formas de sentir y reaccionar: reconocí en un acto de sinceridad mi repulsa personal hacia el maestro, experimenté un odio feroz hacia los métodos de aquel tipo, y me aventuré a dejar fluir un sentimiento de ira incontenible contra no sabía muy bien quién o qué. Entonces pronuncié entre dientes una frase: cuando sea mayor y tenga un hijo, como yo pueda ningún maestro la va a hacer lo que este me hace a mí. Esta frase, puesta en boca de un niño de trece años, puede mover a risa a cualquiera, pero la determinación con que la dije me ha acompañado siempre. Y hoy me arrepiento de ello.

Renuncié a los estudios y comencé a trabajar en el taller. La vida ha cambiado bastante: algunos de mis amigos se han convertido en maestros y sé con certeza que distan mucho de parecerse a aquél hombre, sus métodos de enseñanza no son aquellos, ni siquiera se parecen. Yo, que tenía pesadillas con los cuadernos y libros, descubrí le lectura a través de tu madre, que me la inculcó con la dulzura propia de una mujer enamorada. Por amor leí a Bécquer, a Machado, a Delibes, a Cervantes, el Lazarillo… bueno tú conoces de sobra la biblioteca que tenemos en casa. Esto me ha llevado a pensar que sin aquellas torturas de infausto recuerdo, quizás me hubiera ilusionado con la escuela, con los estudios, incluso me podría haber decidido a estudiar para maestro. Pero lo que hemos vivido nadie tiene potestad para cambiarlo.

A veces me piden que haga un esfuerzo por entender en su contexto a aquel profesor, pero un niño maltratado no entiende de contextos. Si te digo la verdad no le guardo ningún rencor aunque nunca pude desprenderme de aquellas vivencias que me marcaron para siempre; lo sé porque cuando tu madre estaba embarazada de ti sentí que algo en mí se ponía en guardia. La frase pronunciada tantos años atrás resurgía con toda su fuerza y martilleaba mis sesos el primer día que te llevamos a la escuela. Analizaba cada comentario que tú hacías buscando palabras y actitudes reprobables en todos los maestros y maestras; así comenzó una larga sarta de enfrentamientos con ellos, día tras día, curso tras curso. Les pedía explicaciones de todo, a veces de muy malas formas, y siempre sacaba la cara por ti, ahora sé que equivocadamente, poniéndome de tu lado, justificando tus meteduras de pata y tu indisciplina que iba en aumento a medida que ibas creciendo. Hubo varios hechos graves que en lugar de hacerme reflexionar de manera objetiva acerca de tu conducta, no hicieron sino reforzar mi tozudez y dar vuelos a tu incorregible comportamiento. Creía que mi proceder era el más apropiado, el de un padre que se desvela por su hijo. Si hubiera sabido mirar el presente, jamás se me habría ocurrido condicionar tu futuro resucitando mi pasado.



Las cosas fueron a peor. Las expulsiones, cada vez más frecuentes, las reuniones del consejo de disciplina del colegio, tus notas desastrosas, tu apego a la “play”, al televisor, a internet, en definitiva, tu falta de motivación en la escuela, en casa, con los amigos, tu vida anárquica, ajena a todo deber, tu rechazo frontal hacia cualquier tarea que suponga esfuerzo o agobio para ti han desembocado en esto. Cuando me llamaron urgentemente al centro escolar y vi salir a la maestra- la que solía sacarme de quicio con sus reproches- en ambulancia supe de golpe que habíamos (los dos, tú y yo) llegado demasiado lejos y tomé consciencia de todos los errores cometidos a la hora de educarte. Yo sé que la palmeta que aquel maestro hacía restallar sobre mi mano, resuenan ahora en las tuyas y en las de tus posibles hijos; ella es la culpable de todo lo que ha pasado, pero también nosotros por no esforzarnos en cambiar las cosas que creemos perniciosas de forma inteligente y civilizada. Espero que el tiempo que estés ahí te ayude a reflexionar sobre lo que se puede y sobre lo que no se puede hacer en la vida, que te propongas un borrón y cuenta nueva; que aprendas a juzgarme como padre y educador, ahora que eres conocedor del origen de mis errores y de mi falta de visión y de voluntad para corregirlos. Sólo espero eso. Y que no sea demasiado tarde, hijo.



Antonio osuna Ropero