viernes, 14 de enero de 2011

"" POR FIN "" ESPOLÓN Nº 7

BIENVENIDOS AL 7º NÚMERO DE EL ESPOLÓN

No nos engañemos: todos somos frívolos. Todos nos miramos al espejo con la esperanza de que nos devuelva la mejor imagen de nosotros mismos. Dedicamos no poco tiempo, esfuerzo e imaginación a pulir nuestro aspecto físico. Es un lugar común asociar este tipo de preocupaciones al universo femenino. Craso error: hasta el más aguerrido varón se asoma al espejo no sólo para comprobar si se ha pasado la Gillette correctamente, sino para algo más. Porque a todos nos gusta gustar. Es inconcebible que salgamos a la calle sin un arreglo previo de nuestra persona. Lo hacemos a diario, incluso varias veces.

No cuidamos nuestro interior con la misma asiduidad. Eso puede esperar; a veces, bastante; todo lo que haga falta. Es pesado dedicar el poco tiempo que nos queda a reflexionar, a analizar alguna lectura, a preguntarnos por el origen de algo, a buscar otras caras de la realidad… Cansados y con poco tiempo, preferimos perderlo de la manera más ligera y entretenida. Esto es: pensar lo menos posible. La televisión, la vida de los demás o las mil y una novedades tecnológicas, nos vienen como anillo al dedo para alcanzar nuestro ansiado relax. Conversar con otras personas también va perdiendo atractivo, porque cabe la posibilidad de que nos cuenten problemas y eso malograría nuestro particular nirvana. La contraposición de ideas resulta molesta. Al carajo la dialéctica, pues. Es preferible aislarse, tragarse unas horas de telebasura, adocenarse lenta y felizmente.

Poco a poco, a medida que mejoramos nuestro look personal para parecernos a los personajes televisivos, vamos descuidando todo lo demás. Saint- Exupèry dijo que “lo esencial es invisible a los ojos” pero cuando nos apetece le damos la vuelta a la tortilla y es todo lo contrario. La actitud de anteponer el cuerpo al espíritu, la apariencia a la esencia, la imagen al pensamiento, lo banal a lo trascendente, lo superficial a lo profundo, es una forma de frivolidad. ¿Eso es bueno o malo? Pues depende de la medida. Como todo. Una persona anclada en la trivialidad, incapaz de dar un paso más allá de lo simplemente anecdótico y superfluo, aunque pueda llegar a divertirnos durante un rato, acabaría hastiando con “la insoportable levedad de su ser” al más paciente y comprensivo interlocutor. ¿Pero, qué hacer ante quien reviste todos sus actos y palabras de una rigurosa trascendentalidad? Muy sencillo: acabaríamos huyendo de su lado. Ya es mala suerte toparse en la vida con lo que definiera Nietzsche como el “espíritu de la pesadez” hecho persona.

¿Qué, entonces? Pues parece que el sino del ser humano ha sido, es y será plantearse disyuntivas y dudar ante ellas. Los poetas no saben qué ha de prevalecer, si la forma, si el fondo; y como ellos, todos los mortales nos afanamos en encontrar el término medio entre ciencia y religión, izquierdas y derechas, tradición y vanguardia, ética y estética... Entendidos y con argumentos convincentes hay para todos los gustos, lo cual nos confunde aún más. Hay quien afirma que “La frivolidad es una fuerza que arrasa con todo lo viejo y atroz. Es el camino directo, sin escalas, a la plenitud absoluta. Es honestidad brutal, contrariamente a lo que se cree es antihipócrita. Es un bálsamo curativo, una bocanada de aire vital que te libera de la estupidez” “… en dosis pequeñas, es saludable, nos salva de los fanatismos y actúa como un bálsamo contra lo trágico de la vida.”

En el polo opuesto: “la frivolidad no diferencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo categórico y lo anecdótico, pues todo ello forma parte del mismo universo insoportablemente leve. Se está imponiendo sutilmente en distintos entornos, de tal modo que todo lo que tiene peso, sustancia, ideología, forma de convicción o de creencia, o bien tenga la expresión de un sentimiento intenso u hondo, debe ser ecualizado y tamizado por la virtud de la frivolidad.”(F. Torralba). En el movimiento pendular de ésta y de otras dicotomías ha ido transcurriendo la historia, hallándonos a estas alturas como al principio. Por eso ahora, en EL ESPOLÓN andamos preguntándonos dónde se halla el punto de equilibrio.

Antonio Osuna Ropero