AÑORADOS REBELDES
“Es casi un milagro que los métodos de la enseñanza moderna todavía no hayan estrangulado del todo la sagrada curiosidad de la investigación”
No lo digo yo, lo dijo hace ya unos cuantos años Albert Einstein. Y sin embargo, a la vista de los acontecimientos, y de la alarma que estos desencadenan, todo hace parecer que la cuestión de los métodos no ha cambiado en exceso. Lo que sí ha cambiado ha sido el concepto de educación que tiene nuestra moderna sociedad de la tecnología y la abundancia: tenemos la convicción de que el único responsable de la formación de una persona es el profesor. El resto de la ciudadanía se lava las manos y señala como único culpable a un sistema educativo incapaz de dar en el clavo.
Existe una máxima de origen africano que viene a decir algo así como, “al niño lo educa toda la tribu”. Pero al parecer, en el caso español, la tribu anda dispersa en otros menesteres. La tribu no está por la labor, y sin embargo se cree con pleno derecho a verter críticas contra esto y aquello, sin un mínimo de fundamentación empírica.
Frente a un alarmismo generalizador sobre las grandes carencias educativas, cargado de lugares comunes y fiscalizador de las nuevas generaciones, no me cabe más remedio que situarme del lado de los jóvenes. Alguien tenía que hacerlo. Debe ser por esa manía que tengo de llevar la contraria. Y lo haré porque, a pesar de haber sido privados del derecho fundamental (y elemental) a la educación, de haber sido despojados del valor intrínseco de la autodisciplina y de habérseles mostrado el estudio como una obligación y no como una oportunidad de penetrar en el universo del conocimiento y la inteligencia, una inmensa mayoría de los jóvenes sigue llenando facultades, bibliotecas, teatros y salas de conferencias.
Se acusa a los jóvenes en general de todos los males de nuestra sociedad, cuando son ellos precisamente los que más generosidad han demostrado a la hora de afrontar esos grandes problemas que los adultos les hemos dejado. En nuestra injusta memoria, ya no queda nada de aquella imagen de los voluntarios de toda España que limpiaron el alquitrán en las playas de Galicia sin exigir ninguna compensación económica. Tampoco recordaremos las largas acampadas de aquellos muchachos que exigían la inversión del 0,7 del P.I.B. en proyectos de desarrollo para países desfavorecidos por la dictadura del mercado. Creo yo que algún valor moral denota tan generosa acción. Los adultos tildaríamos de ingenuo al que trabaja sin exigir un sueldo a cambio de recoger chapapote.
Nada de esto significa que todo lo referente a la educación sea un camino de rosas.
Resulta evidente que una parte de nuestros menores acusa una peligrosa pérdida de valores, una preocupante ignorancia sobre el hecho de que toda acción debe tener sus consecuencias. Empiezan a menudear los casos en los que se pone de manifiesto que ciertos individuos carecen de la capacidad de empatizar, de colocarse en el lugar del otro.
Ahora bien ¿Acaso ese tipo de valores éticos pueden adquirirse por ciencia infusa? Y aún más, ¿es posible que toda la responsabilidad sobre ese tipo de carencias caiga siempre sobre el personal docente? Y lo que es más preocupante ¿se ha conseguido alguna vez en la historia transformar a un energúmeno en un ciudadano a base de medidas drásticas de tipo penal?
Personalmente, albergo cierta sospecha de que una sola persona tiene muy difícil lo de influir en los valores de un grupo de jóvenes. Pero, como sucedió con la pandemia de sida, sabemos que un problema estructural debe ser atacado desde varios puntos. No me estoy refiriendo a una buena coordinación entre padres y docentes, sino a la asunción de verdaderas responsabilidades por parte de toda una sociedad. No es de recibo que la labor de profesores y padres se vea tirada por los suelos gracias al poder destructivo que posee el medio televisivo. Los niños aprenden desde muy pequeños que la celebridad, la buena vida, el triunfo y el éxito económico, se pueden conseguir a base de indolencia, ordinariez, inmoralidad y ramplonería.
Ya que la pantalla les ha robado la capacidad de imaginar, al menos debería formar parte de un compromiso educativo a todos los niveles. Me niego a admitir que la televisión sea un simple medio de entretenimiento, ese postulado es de una simplonería que insulta a la inteligencia. La televisión e Internet son el reflejo de toda una sociedad; en ellas vemos nuestras pequeñas virtudes y nuestras múltiples carencias. Son medios de masas y como tales se prestan a la manipulación y la difusión de verdades a medias, pero también son una herramienta llena de posibilidades para influir positivamente en la conducta de los individuos. El problema radica en que a los poderes fácticos no les conviene tener frente a sí un pueblo inteligente, culto y dotado de criterio. Eso iría contra sus propios intereses. El poder prefiere disponer de una audiencia fácilmente manipulable, porque esa es la mejor manera de perpetuarse y evitar tropezones en el futuro.
Y sin embargo, todos los temores que atenazan a nuestra hipócrita sociedad con respecto a los jóvenes, apenas tienen importancia comparados con el peor de los peligros: la pérdida de la rebeldía. Las sociedades modernas siempre han avanzado porque en algún momento de su historia hubo individuos que supieron y tuvieron el valor de ir contracorriente. Una sociedad compuesta fundamentalmente de espíritus conformistas está condenada al más absoluto marasmo. Si una generación que tarde o temprano estará llamada a adquirir responsabilidades de índole político, ha nacido marcada por la falta de compromiso y el resignado pasotismo de sus predecesores, tendrá todas las papeletas para fracasar en todo aquello que afronte. Sin conciencias críticas, sin inconformismo moral y sin la añorada presencia de la Santa Rebeldía, nuestra soñada república quedará para siempre condenada al desengaño, convirtiéndose de nuevo en el objeto de chascarrillo para los pragmáticos.
Ir contracorriente puede tener sus inconvenientes, pero al menos es la única manera de verlas venir.
Jóse Luís Gartner
10 comentarios:
Otro ladrillo en la pared.
Eso es.
Saludos
Muy interesante y profundo.
Saludos
Tan sólo una generación criada y educada con amor convertiría a este mísero mundo en un paraíso.
Qué pena, ¿no?
Abrazos.
Es la única manera verdadera de ser independiente, aunque a veces duela la incomprensión de los otros.
Sin los jóvenes no somos nada.
Pero existe un gran peligro en ellos, son muy vulnerables, manipulables. De todas formas ellos son "la salvación" de nuestro infame mundo.
Quien quiera imponer dogmas a los niños y jóvenes, no merece la pena vivir. El Joven debe ser Libre y saber distinguir lo que es bueno para la humanidad.
Los jóvenes suelen ser, por naturaleza, generosos.
Cuando nos hacemos mayores solemos querer alguna "moneda" a cambio de nuestro movimiento.
Me gusta tu escrito Jose Luis.
Saludos
Muy interesante. Lo comparto absolutamente. La Santa Rebeldía de hoy está teñida de intereses menos inocentes que antaño. Muchos de nuestros jóvenes no saben ser rebeldes sin hacerse daño o hacerlo a los demás. Es una lástima ver cómo se destruyen cuando pierden la ilusión en un mundo ( y por un mundo) que ni ellos ni nadie ha elegido, pero del que somos responsables directos los que nacimos antes que ellos.
Sin embargo, quedan todavía algunos otros jóvenes muy valiosos dispersos por aquí y por allá, que dan sentido a todo.
Abrazos.
Has puesto el dedo en la llaga, José Luis.
Sin embargo, pienso que no solamente es el grupo social el que debe estar involucrado en la tarea de enseñar a pensar a las nuevas generaciones.
Son, también, las sociedades las que deben exigir a sus Estados nuevos cánones de cómo impartir la enseñanza a los niños y a los jóvenes.
Propongo, de una manera muy elemental, que estos principios podrían descansar en un trípode:
Estímulo constante a la curiosidad científica, un método crítico-dialéctico a todo lo que se conoce y se les enseña y, sobre todo, la exclusión de dogmas y prejuicios.
Lo anterior puede sonar a verdad de Perogrullo, mas ya conocemos bien las políticas públicas de los gobiernos: predican una cosa, y hacen lo contrario.
En materia de educación, eso es un crimen.
Exquisito tu artículo.
Recibe mis parabienes.
Debemos reconocer que si hoy en día, al menos en el "primer mundo", gozamos de un cierto grado del mal llamado Estado del Bienestar, sin duda ha sido por las constantes revoluciones que los incorformistas, y entre ellos los jóvenes, han provocado.
El que se duerme en los laureles no será precisamente quien haga mejorar nuestra sociedad, en derechos civiles, sociales etc.
Todos somos responsables (la tribu que mencionas) de la abulia, dejadez y aburrimiento de nuestros chicos.
Si no conseguimos inocular en ellos la semilla del inconformismo y la inquietud por aumentar el SABER de cada uno, estamos de sobra en esta sociedad; somos "bultos" inútiles que entorpecemos más que ayudamos.
Difícil reto sin duda, pero a ver...¿nos quedaremos de brazos cruzados, mientras nuestros hijos no piensan más que en el fin de semana para irse de botellón?.
Ya estamos llegando tarde.
Juan T. Llamas dijo...
Estimado Antonio:
He pasado por aquí para, en primer lugar, enterarme que tu espacio sigue tan saludable como siempre (hecho que me da mucha satisfacción) y, en segundo, agradecerte públicamente el envío que has hecho hasta mi domicilio del número 6 de "El Espolón".
Fue el día de ayer, lunes 21 de junio, cuando lo recibí, y no es sino hasta hoy en que "he tenido tiempo" para darte las gracias.
¡Qué diferencia tan grande la hay entre leer los artículos en el monitor, respecto a la edición impresa¡
Ahora me doy cuenta de que, al menos en mí, Internet no podrá suplir jamás a la palabra escrita (tal vez se deba a que nací en 1956, jaja).
Una de varias conclusiones a las que puede llegarse es que la publicación se supera en calidad con los nuevos ejemplares.
Cada día que pasa estoy más endeudado con tus amigos y contigo.
Que sea esta nota un reconocimiento humilde por parte de tu servidor a todos tus cuates, colaboradores y hacia tu persona.
Un saludo afectuoso desde Monterrey, México.
Pues también lleva razón; generalizar conduce a la amargura del pesimismo. Me gusta que apueste por la gente joven de España. Falta hace.
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